VIENDO LA TELE
Era un
amigo mío de la
facultad. Nos juntábamos en los recreos a mirar las chicas de
Psicología y Educación. Nos daba igual cualquier pedazo con tal de cagarnos de
risa un rato. Jamás me lo imaginé que iba a estar en la tele veinte años
después con su programa de cocinero gourmet.
Él
mientras hacía la facultad terminaba de cursar para chef y en realidad es lo
único que terminó siendo porque después las otras cosas lo llevaron para calle
sin salida, como a todos en realidad, tantas cosas hacés para terminar de nada
que ver. Él estaba ahí en la tevé sonriendo y mostrando la carne cruda lista
para la parrilla, el parmesano para una fugazzeta rellena, el salmón con crema
para una empanada que luego iba a freír, algo que no me parecía tan rico.
Hablábamos también en los recreos de que yo le iba a hacer un ceviche si alguna
puta vez aprendía, pero ya ahora que sé ya ni tengo cómo contactarlo, ni idea
dónde vive ni si se casó con una linda piba o si se divorció o qué carajo.
Ahí
está en la tele sonriendo con la sartén poniéndole aceite mirando a la cámara
dando recomendaciones y después abre un vino y sigue con los consejos y las
postas. No me cansa la verdad, no me jode, tiene talento y esa sonrisa propia
de los que nacieron para la tele.
Ahora
escribo estas palabras mientras escucho un poco de Jim Morrison cantando un par
de blueses a garganta con esa voz intachable digna de un buen cantante de
blues. Pienso en qué gusto me daría estar borracho en un techo de un edificio
venido a menos, leyendo poesía escrita en cuadernos blancos sin rayas. Me
gustaría estar ahí tirado en un colchón polvoriento en el techo donde pega el
viento y se ve la bien sábana azul y negra de la noche, y basta de toda la
mierda y el dolor de cabeza que me da la borrachera con estos años, ya ni me
surte esa adrenalina de antes.
Pienso
en mi esposa que está ahí tirada al lado mío en la cama, leyendo o durmiendo o
mirando el programa conmigo. Ella no sabe tres carajos de que el de la pantalla
era mi amigo de la
facultad. Pienso en decírselo pero ¿para qué? ¿Para qué
suelte su manga de preguntas y acceda a lo que ella cree que es mi vida, mi
historia?
Me dirá
algo así como: Oh Juan ahora entiendo, claro sí. Dirá otra par de cosas
trazando comparaciones mostrándome como esto o aquello, como un triunfador o un
perdedor.
¿Y a mí
qué? Le diría casi sin dejarla terminar. ¿Qué me importa este flaco? Hace
veinte años que no lo veo, lo último que sé de él es que vivía en Flores y qué
sé yo. Y ella seguiría tratando de entender mi puto cerebro diciendo: ¿Y dónde
crees que vivirá ahora? ¿Cuánto crees que gana? Cuando en realidad me está me
preguntando ¿Gana más que vos?
¡Qué me
importa nena! ¡Qué me importa cuánto gana! Estoy viendo la tele ¿no te das
cuenta?
Pero
ella no se da cuenta y entonces se enoja o siquiera me mira y sigue hablando
sola. Eso es el matrimonio. Dos adultos mirando un programa de cocina a las 2
de la mañana sin nada que te acelere, sin ni un poco de coca que te embuste,
transpirado una noche de verano porque todavía no te moviste un poco vago de
mierda, para comprar ese aire acondicionado.
Extraño
esas épocas en las que pasaba rápidamente las hojas de una revista o del diario
con ganas de ver no sé qué noticia no sé qué foto de mina en ropa interior,
simplemente quería la imagen, las letras en negrita y grandes, quería pasar de
hoja rápidamente y después salir a la calle, salir con la bici o tomarme un
colectivo irme por ahí sin más.
Ahora
ya ni compro el diario aunque me sigo haciendo una buena paja mirando Internet
cuando mi esposa no está o cuando a veces duerme la siesta. Creo que se
ha dado cuenta alguna que otra vez. Quizá me agito mucho y me tira algo como “¿Ey
qué te pasa Juan? parece que venís de correr” pero se nota en su cara que me descubrió.
Entonces voy al cuarto entro a nuestro baño y me pego una buena ducha fría,
trato de olvidar todo ¿sabés?
Seguimos
viendo el programa gourmet y de pronto veo que ha dejado de hablar sola que se
ha levantado y mira hacia la ventana para luego entrar al baño. Le miro la cola
desnuda y me excito un poco, pienso en levantarme e interrumpirla ahí en el
baño, esté haciendo lo que esté haciendo no me importa, voy ahí y la interrumpo
y me la cojo. Sé
que no le molestaría, Vero jamás fue de esas mujeres que les gusta todo ese
tiempo de calentamiento. Es decir, es mujer, sí, tiene su tiempo pero no como
las otras, jamás discutimos por el sexo, eso no significa que siempre fue
genial ni que ahora lo sea, pero la cosa va.
Sale de
baño y le veo las tetas un poco caídas pero aún sigo excitado y ella no se da
cuenta. Le digo y ella ni se muta, cree que le estoy mintiendo, y entonces
trato de mirarla fijo para que me crea pero ya esta mirando devuelta el
programa de cocina, mira atentamente como mi amigo mezcla la salsa roja y la
prueba un poco. Intento decirle devuelta en otro tono de voz, no logro
repetírselo y vuelvo la mirada a la pantalla justo cuando mi amigo se va a
probar el vino y habla de sus cualidades y su temperatura.
Me
acuerdo cuando en la facultad no iba otra cosa que la cerveza.
Es más,
una vuelta salimos a las once de la mañana un recreo y fuimos a tomar unas
birras con otro amigo nuestro. Éramos los tres los únicos pibes de la clase
atestada de minas que no sabían lo que era levantarse al lado de un pibe con
ganas de tener sexo. Era buena gente pero sabés en un punto no podés pensar
igual. Y no éramos ningunos piolas ni nada, eso siempre lo tuve en claro. La
única vez que me sentí un piola fue cuando caí a un telo con una piba que había
conocido la misma noche, ella me había llevado en auto hasta el hotel y yo
cargaba una botella de Jack Daniels casi entera. Pasamos por mi casa antes del
telo y agarré una birra tibia e intenté enfriarla adentro de una olla con
hielos revolviéndola, pero no sirvió un carajo y la deje en la mesa de entrada
de mi casa. Mi viejo apareció preguntándome qué mierda hacía y yo le dije que
me iba con una piba y que la quería impresionar. Me tiró algo así como que no
había nada que impresionar, pero no me entendió, estaba dormido o quizá no
entendía eso qué sé yo. Había sido su cumpleaños y nos habíamos quedado hasta
tarde tomando ese whisky en vasos chicos dentro de cervezas, en vasos grandes…
…De
pronto vuelve mi mujer a pararse e ir al baño y le sigo con la mirada el cuerpo
pero esta vez sin excitarme. Trato de no soltarle nada pero se me escapa igual
y le pregunto si le pasa algo. No me contesta y entra al baño cerrando la
puerta detrás de ella. Es la segunda vez que se va hacia el baño. En la tele
están con las publicidades y entonces cambio al noticiero donde veo que dice 28ºC. Me paso la mano por la
frente transpirada y pongo devuelta el canal de cocina, mi amigo está allí
preparando el postre mientras se cocina la carne. Es una especie de mousse de dulce de leche
metida en un vaso largo. Digo en voz alta, para que me escuche mi esposa, que
el programa volvió que se apure que está haciendo un mousse genial que lo
podemos hacer algún día. Me doy cuento que lo digo medio riéndome aunque sin
que ella me escuche. Ella no se apura y sale al rato mirando de reojo el
programa como si ya no le importara.
Pasa un
tiempo en silencio y me doy cuenta de que ya ni sopla el viento por la ventana. Nos espera
una larga noche con este calor le digo. Sigue callada y de pronto me dan ganas
de que deje de hacerse la
indiferente. Me dan ganas de gritarle que ese hijo de puta
que está en la pantalla es mi amigo y que seguro gana más que yo o que al menos
es más feliz que yo. Quiero decirle que tampoco me importa y que está muy rico
lo que está haciendo y que estaría bueno alguna vez aprender a cocinar y
cocinar un poco mejor y no comer tanta mierda. Quiero decirle que tampoco me
importa que sea más feliz que yo total debe haber millones de personas más
felices que yo y millones más infelices. Quiero decirle todo eso y no puedo. Quiero
en realidad decírmelo a mí mismo pero me aburre. Me decido por no decir nada y
el silencio sigue. El programa está por terminar, mi amigo está sacando la
carne y empieza a tirarle la salsa encima y ya entonces me aburro y apago la
tele.
Creí que
ella iba a quejarse o algo pero en cambio no dice nada y se queda callada. Mi
esposa y yo estamos los dos en la cama tirados. En ese momento no pensaba que
iba a escribir estas palabras. En ese momento solo pensaba el calor que hacía y
las charlas sobre Alejandro Dolina con mi amigo. Las charlas sobre Freddie
Mercury y Frank Zappa.
Mi
esposa se da vuelta hacia la ventana y estira las piernas. Alcanzo a sentir su
piel también transpirada…
¿Sabés
qué? Me dice de repente.
¿Qué?
Le digo mirando para el otro lado absorbiendo con mis ojos toda la oscuridad
del cuarto.
Estoy
embarazada.
¿Enserio
me decís?
Sí, me
acabo de hacer el test.
¿Cómo
no me dijiste nada?
Estabas
enganchado mirando el programa y aparte no sabía si iba a dar positivo o
negativo.
Pero
qué carajo, me hubieses dicho, es un programa de mierda de cocina y vos te vas
hacer un test de embarazo en el medio.
Bueno,
perdoname ya está Juan, vamos a tener un hijo.
Entonces
me quedo callado. Siento un escalofrío correr por mi cuerpo y enfriar las
gotitas de sudor por la extensión de mi piel. Se convierten en estalactitas que
se resquebrajan en ínfimas partículas y se desvanecen. Vuelve nuevamente el
calor y el peso del colchón. La ciudad que se abisma por la ventana y sus
orillas de plata y acero que desfiguran el horizonte.
Pienso
en la imagen de mis dos amigos de la facultad, el cocinero de la tele y el otro
con el que nos juntábamos a fumar y veo esa imagen de los tres ahí, en la plaza
tomando las dos birras a las 11 de la mañana sin un carajo que hacer. Los autos
pasando por los costados de la avenida
Paseo Colón y nosotros ahí abriendo las
botellas contra los bordes de las rejas, hablando un poco de la carrera, de las
minas que valen la pena y de las que no, hablando de los profesores y de la
vida que nos queda por delante.